Ejemplos de elogios
Recibir elogios es una experiencia reconfortante porque nos da la pauta de que estamos haciendo algo bien. Al hacer un elogio estamos resaltando las cualidades o las virtudes de alguien para una determinada tarea, por eso es tan lindo elogiar y, al mismo tiempo, poder ser elogiados.
“Te felicito por ser tan buen compañero y ayudar siempre a aquel que lo necesita, hoy demostraste ser valiente y solidario”, puede decirle el director de un colegio a un alumno. Un padre a su hija, en tanto, puede elogiarle sus buenas notas como estudiante, las buenas acciones que realiza con sus familiares y amigos, etc.
Sin haber estudiado Gastronomía, por otra parte, una mujer puede recibir elogios por su excelente desempeño en la cocina: “Eres una gran cocinera, ¡el pescado salió exquisito!”, “Felicitaciones por tus dotes culinarios, me encanta todo lo que preparas”.
Todo, en la vida cotidiana, puede ser motivo de elogios. Una vidriera que exhibe la mercadería de modo original y vistoso puede ser elogiada por quienes ingresan al local en cuestión (“¡Qué linda les quedó la decoración del negocio!”), dos personas que se reencuentran después de muchos años sin verse (“¡Te veo muy bien, los años no han pasado para ti!”), un equipo de fútbol que gana un partido (“Felicitaciones, merecen este triunfo porque demostraron coraje, buen juego y habilidad grupal”), un niño pequeño («¡Qué bien se porta este bebé, te felicito por tener un hijo tan educado y bueno!”)… Como resulta evidente, los elogios aparecen siempre que se hacen las cosas bien y es agradable utilizar este recurso a modo de reconocimiento.