Ejemplos de motricidad
Se conoce como motricidad a la capacidad de numerosos organismos vivos para realizar determinados movimientos tanto voluntarios como involuntarios. Para desarrollarla, es necesario tener posibilidades físicas y alcanzar una cierta madurez en el sistema nervioso, así como también es fundamental tener coordinación a nivel corporal y fuerza en los músculos.
En base a la clase de motricidad que se busque estimular o cómo sean los movimientos del individuo, se puede hablar tanto de motricidad fina como de motricidad gruesa. La primera, dicen los expertos en cuestiones motrices, hace foco en la habilidad para realizar movimientos de precisión e involucra el aprovechamiento de los músculos de los pies, el rostro y las manos. La motricidad gruesa, en cambio, refiere a movimientos más amplios que impliquen el uso de áreas del cuerpo más grandes y tengan relación con la postura de la estructura corporal.
De estas definiciones teóricas se desprende que, para contribuir al desarrollo de la motricidad fina, se le puede proponer a un niño de corta edad que infle sus cachetes entre cuatro y cinco veces por serie; que abra y cierre sus ojos de manera controlada; que imite el gesto de la negación con un pie o con los dos pero de manera alternada; que reproduzca con sus manos la forma de un animal o que se toque las yemas de los dedos con una sola mano, entre otros ejercicios. Asimismo, se puede trabajar sobre la motricidad gruesa proponíendole al niño que corra, que suba y baje una escalera, que camine o que salte, por citar algunas acciones posibles.