Ejemplos de función emotiva
Al hablar o escribir, uno puede darle al lenguaje una función determinada según el contexto y el propósito que se tenga.
Si se aprovechan los recursos disponibles en el idioma para dar a conocer sentimientos, estados de ánimo, voluntades o emociones, entonces se dice que, en ese caso, se trata de una función emotiva.
“Estoy tan cansado de soportar sus malos tratos”, “¡Qué rico postre!”, “Me encanta lo que dices”, “¡Qué alegría verte!”, “¡Ay! Me agarré el dedo con la puerta”, “¡Qué feliz me hace esta noticia!”, “¡Odio a mi jefe!”, “Qué tristeza me dan las mascotas abandonadas”, “¡Es muy injusto que ese niño haya muerto por falta de médicos en la zona!”, “Qué lindo sería reencontrarme con él…”, “¡Amo a mi familia!”, “Siento impotencia por no haber podido ayudar”, “¡Qué desastre!” y “¡Qué bien me hizo el reposo” son sólo algunas de las expresiones que pueden servir de modelo para quienes desean apreciar qué se entiende, en la práctica, por funciones emotivas del lenguaje.
Como sabrán aquellos que analizan las diversas formas que puede adoptar la lengua por voluntad del emisor, el idioma también puede tener una función poética (predominante en la literatura) o referencial (“En esta época no hay días fríos”, “El gato es un felino doméstico”), fines fáticos (presente en expresiones como “¿me oyes?”, “¿has entendido?”), propósitos metalingüísticos (“La palabra ‘abrir’ no empieza con ‘h’ ni lleva ‘v’”) y objetivos apelativos (“Dejá de gritar”, “Cerrá la puerta”, “Alcanzame, por favor, ese lápiz que se me acaba de caer”), entre muchos otros.