Ejemplos de cronolectos
Para encontrar referencias prácticas que permitan comprender qué y cómo es un cronolecto, primero hay que saber en qué consiste esta palabra que, al menos por el momento, no está incluido en el diccionario de la Real Academia Española (RAE).
Este término, como punto principal, está asociado a los dialectos. Los expertos en sociolingüística que apelan a esta noción la utilizan para hacer alusión a la variedad de un lenguaje o idioma compartida por personas de una misma edad. En otras palabras, un cronolecto es el dialecto propio de una cierta generación de hablantes, marcados por cuestiones y realidades típicas de una época determinada. Por lo general, cada cronolecto presenta rasgos argotales.
En función de esta definición, en la vida cotidiana podemos reconocer, entre otros, cronolectos infantiles, juveniles y adultos.
Dentro de las formas de expresión limitadas, básicas y en proceso de desarrollo a disposición de los más pequeños, aparecen cronolectos infantiles que permiten bautizar a los coches o automóviles como “tutú”, al deseo de orinar como “pipí”, a cualquier ave como “pío”, etc.
Los jóvenes, por su parte, comparten con sus pares un cronolecto adolescente donde hay espacio para vocablos que en otras edades cuesta entender. En suelo argentino, por describir casos puntuales, en un marco informal aparecen expresiones como “bajón” (aprovechado para calificar a una determinada cuestión como aburrida: “La fiesta fue un bajón mal”), “cuelgue” (como sinónimo de distracción, “Me re colgué, ya fue, no voy a pasar ahora por su casa”), “alto” (para destacar o engrandecer algo: “Alto bardo armamos en el colegio”)…
Ya más avanzados en edad, los adultos se destacan con cronolectos indescifrables para quienes no son de su generación (cuando recuerdan alguna palabra que estuvo de moda en sus épocas de juventud o bien de vigencia actual pero difícil de entender para los niños, por ejemplo), tal como lo hacen los adultos mayores, quienes también contribuyen a ampliar los cronolectos.